Curiosidades · 07 de Jun 2019
Hacer magia para llegar a fin de mes, dejar los platos sin lavar por varios días y cocinar para sobrevivir son algunas cosas que pasan cuando comienzas a vivir solo.
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Independizarse es una de las decisiones más difíciles de la vida adulta. Lo sé por experiencia propia. Me llamo Carolina Díaz, soy redactora de canal IPe y “dejé el nido” a los 19, cuando todavía me faltaban varios años para acabar la universidad. Conversé con tres personas que se fueron de casa en diferentes contextos para nos cuenten sus historias.
Lissy tiene 26 años y vive hace casi dos en la ciudad de México. Un día le llegó una oportunidad de trabajo y aceptó al poco tiempo. Ella no conocía casi nada del país, solo tenía dos amigos de allá que hizo en un viaje a Bogotá y una maleta llena de cosas, miedos y harta expectativa. “Toda mi vida viví con mis papás y mi hermana y pasé de sentirme “protegida” en un lugar que conocía bien a tener que empezar de cero totalmente a ciegas”, dice. Ahora comparte una casa de tres pisos con doce personas, todos se llevan muy bien y se juntan cuando pueden.
Ella confiesa que el proceso de adaptación fue difícil y tuvo varios bajones al verse en un espacio vacío sin nadie alrededor, pero poco a poco fue ganando confianza y aprendiendo cómo vivir por su cuenta. “Hacer tu propio presupuesto, ver qué vas a comer todos los días y dónde vas a vivir te hace crecer muchísimo”, explica. Pero como nada es perfecto, ella confiesa que casi todo el tiempo su cuarto es un caos porque le queda muy poco tiempo para ordenar y que tuvo que aprender a cocinar a la mala porque al principio se alimentaba con comida para calentar en el microondas. “Una amiga me llamó atención y me dijo que si seguía así me iba a dar algo. Me asusté y le hice caso, ahora trato de comprar cosas frescas”, cuenta.
Con el tiempo ha ido haciendo amigos que se han convertido en su segunda familia y ha aprendido a mantenerse entretenida con todas las actividades culturales que encuentra, pero estar lejos sigue siendo un reto. “Cada vez que quiero rendirme y dejar todo, me recuerdo a mí misma que esta experiencia me está ayudando a crecer en lo personal, laboral y también en lo académico y eso me da fuerzas”, dice.
Paloma tiene 24 años y estudia y trabaja. Ella cuenta que dejar su casa fue más una necesidad que una decisión. “Mi mamá se fue a Estados Unidos y yo tuve que buscar un lugar donde vivir”, dice. En medio de la cuenta regresiva se enteró que una amiga que vivía en Trujillo había conseguido un trabajo en Lima, justo en el mismo edificio en donde estaba su oficina, así que coordinaron para mudarse juntas.
“Lo más complicado fue conseguir un departamento que podamos pagar. Yo no tenía mucho presupuesto porque no había podido ahorrar para independizarme, fue una situación que se dio de un momento para otro”, cuenta. La convivencia entre las dos empezó bien y así sigue hasta ahora porque han aprendido a ordenarse. Por ejemplo, ella hace las compras y su amiga cocina.
Paloma admite que no se ha sentido afectada por pasar de vivir con su familia a vivir sola porque siempre ha sido bien independiente, es algo que, al contrario, la ha hecho crecer como persona. Sobre todo en los momentos en que las cosas no salen según lo planeado. “Me ha pasado varias veces que cuadré mal mis gastos y he tenido que ir a buscar a mis tías para que me alimenten porque no tenía qué comer. Literalmente iba a la casa de una tía diferente cada día de la semana”, confiesa.
Diego y Paula están juntos desde hace 7 años y medio y un cuarto de su relación se la han pasado viéndose a casi toda hora, todos los días. Además de vivir juntos ellos tienen una empresa de video de bodas y un gato que se llama Chucky. Pero la decisión de dejar sus casas para compartir el mismo techo comenzó como una idea más práctica que romántica. “Los papás de Paula tenían planeado mudarse a Ilo y ella estaba en un dilema: no sabía si irse a vivir con sus abuelos o sola. Yo, por mi parte, también había evaluado salir de mi casa porque el ambiente estaba un poco tenso”, dice Diego.
Él la acompañó a buscar varios departamentos para alquilar hasta que encontraron uno que les encantó y que se acomodaba a su presupuesto, que era un poco ajustado. En ese momento se dieron cuenta de que todo se había alineado para que comenzaran un nuevo capítulo en sus vidas. Los primeros meses la casa estaba casi vacía, reutilizaron varias cosas como la cocina de los papás de ella, compraron la cama de segunda mano y llevaron platos y cubiertos de ambas casas.
“Lo más difícil de vivir con alguien son las costumbres, tú creciste de una forma y adaptarse al estilo del otro es complicado. A mí por ejemplo me chocaba que ella se levantara tarde porque yo soy súper activo y a ella le estresaba que yo dejara mis platos en el lavadero todo el día”, cuenta. Poco a poco han ido encontrando las cosas que cada uno prefiere hacer y están satisfechos, aunque todavía siguen trabajando en la parte culinaria. “No miento si digo que cocinamos para sobrevivir, ese es un pendiente que todavía tenemos”, dice.
¿Estás pensando mudarte pronto? Tómalo con calma y organízate. Recuerda que todo sirve para aprender. ¡Lo harás bien!