Ecología · 16 de Jul 2019
Yoselyn Reyes vivió innumerables aventuras dentro del Parque Nacional Bahuaja-Sonene. Conoce aquí su historia.
Difusión / Canal IPe
Existir sin escuchar más sonidos que el grito de los monos y el canto de los guacamayos, así era el día a día de Yoselyn Reyes, una ingeniera ambiental huancaína de 23 años que hace poco cumplió uno de sus más grandes objetivos: convertirse en guardaparque voluntaria.
Hoy siente que es una persona diferente después de esa experiencia, que hay un antes y un después de llegar al puesto de control San Antonio, en el Parque Nacional Bahuaja-Sonene, una extensión de terreno de más de un millón de hectáreas localizada entre Madre de Dios y Puno (A que no sabías que Puno tenía selva).
Este parque es el hogar de miles de especies de flora y fauna que están en peligro de desaparecer como los monos araña, los lagartos, las huanganas y los jaguares, es por eso que ser guardaparque aquí es como ser un cirujano: hay que actuar con cuidado y con tacto para que todo salga según lo planeado. Además necesitas tener otros superpoderes como buena capacidad física y la facilidad para adaptarte a condiciones climáticas extremas como el calor insoportable, las fuertes lluvias y las picaduras de mosquitos (y otros insectos no identificados).
“Buscando hacia donde me quería dirigir en mi carrera di con las convocatorias de guardaparque del Servicio Nacional de Áreas Protegidas del Estado (Sernanp) por internet y decidí postular. Cuando me comunicaron que había quedado me emocioné muchísimo. Me dijeron que me daban una semana para viajar de Huancayo a Puno. Cuando llegué, comenzó la aventura”, dice.
Ella recuerda que un día después de su llegada se embarcó hacia Puerto Maldonado y una vez ahí subió a una canoa que la llevó hasta su "oficina". El camino era largo, muy largo, más o menos de seis horas. Pero cuando las condiciones no estaban a su favor, el viaje podía durar hasta diez.
“Aunque tardaba mucho en llegar, las cosas que pude ver en el camino fueron increíbles, atardeceres y amaneceres de muchos colores, animales en estado salvaje que nunca pensé observar tan de cerca como un ronsoco caminando con sus crías o diferentes especies de ranas, el cielo lleno de estrellas”, cuenta.
El programa de voluntariado del Sernanp incluía alojamiento, comida y transporte. Una vez ahí, Yoselyn se instaló en un puesto de control equipado como un bungalow ubicado en medio de la denominada selva baja, en el límite con Bolivia. Ahí vivió durante tres meses, sin televisión ni internet, solo una radio que la contactaba con otro puesto cercano (y con el exterior) y la electricidad que se conseguía a través de paneles solares.
Desde ahí se encargaba de apoyar a los guardarparques oficiales patrullando y haciendo un monitoreo de las especies amenazadas. Además debía supervisar las actividades de los comuneros porque a pesar de tener derechos ancestrales para consumir algunas especies, no se les permite usar armas de fuego.
“Por la categoría que tiene el parque está prohibido usar armas, además, nada puede salir vivo de ahí porque podría utilizarse para el comercio y eso es ilegal. Ni madera, ni flora ni fauna. Teníamos que ser bastante cuidadosos. Registrar el ingreso y la salida de cada embarcación que atravesaba el puesto de control”, explica.
En sus ratos libres tuvo la oportunidad de relacionarse con los nativos que vivían cerca de ahí, la comunidad Sonene. Ella estaba liderando una investigación sobre las propiedades medicinales de las plantas de la zona. En ese acercamiento pudo notar la increíble relación que tienen con la naturaleza en la que encuentran medicina, alimento y hasta la materia prima para construir sus casas.
"Me preocupa que los saberes ancestrales se estén perdiendo porque no tienen con quién compartirlos. Por eso pensé en seguir con esta investigación, para dejar una constancia escrita de su legado y que le pueda servir a otros", dice.
Pero además de la cantidad de conocimiento y experiencia que ganó el tiempo que estuvo ahí, revela que también logró encontrarse consigo misma.
"En mi día a día no habían llamadas, conversaciones por WhatsApp, ni noticias que me abrumen. Solo éramos mi compañera de trabajo, el aullido de los monos coto tratando de atraer a las hembras a lo lejos y yo", cuenta.
Yoselyn espera que muchas más personas tengan la oportunidad que ella ha tenido porque solo así se comenzarán a dar cuenta de lo importante que es cuidar este tipo de ecosistemas tan diversos y únicos.
"La naturaleza nos brinda tantas cosas. Recuerdo que una vez tomé agua del río porque podía tomarla, porque sabía que estaba limpia y no me iba a pasar nada. Eso es algo que no se puede hacer en otros lugares. Este tipo de experiencias te hacen reflexionar mucho. El simple hecho de saber que hay otro mundo más allá de la contaminación y el bullicio. Un mundo que te cautiva, que te da paz, que te enamora. Si la gente conociera estos lugares se preocuparía por preservarlos, si supieran que dentro de este parque tenemos el único sistema de sabanas del país con especies que no vas a encontrar en ningún otro lugar. Con esto no quiero decir que vamos a salvar al mundo, pero al menos comenzaremos por cambiar ese pedacito en el que nos tocó vivir y con eso ya habremos hecho mucho", finaliza.
El Parque Nacional Bahuaja-Sonene cumple mañana 23 años de creación (exactamente la misma edad que tiene ella ). Una coincidencia tan curiosa que le haría pensar a cualquiera que estaba destinada a conocerlo y por eso se siente eternamente agradecida.
¿Te atreverías a ser guardaparque voluntario? ¡Cuéntanos!