Identidad · 21 de Mar 2019
En el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial conversamos con la artista cusqueña Claudia Aragón sobre esta problemática que, a pesar de los años, sigue afectando a nuestro país.
Ana Harff / Canal IPe
Aunque somos un país diverso, todavía seguimos siendo testigos de varios casos de discriminación racial. Nuestras diferencias nos acercan y nos separan.
Afortunadamente, existen cada vez más espacios, físicos y virtuales, en donde se discute el tema y se lucha para acabar con él.
En canal IPe conversamos con la psicóloga y diseñadora Claudia Aragón para que nos ayude a analizar esta problemática que ha vivido de cerca más de una vez.
Ha variado porque ahora hay una mayor visibilidad, la gente se queja más. Con la ayuda de la tecnología los afectados tienen el poder de comunicar lo que les pasa. Ahora también se condenan más las expresiones y chistes racistas, machistas o violentos, ya no están normalizados. Da más vergüenza ser racista porque muchos te confrontan, no se quedan callados, se están dando cuenta.
Según el Ministerio de Justicia el 81% de peruanos encuestados están de acuerdo en que la discriminación ocurre todo el tiempo y nadie hace nada.
Si hablamos de color, los que la pasan aún peor son los compañeros y acompañeras afro y los de la amazonía. Nosotros los “marrones” podemos pasar desapercibidos, pero ellos no y más con el tema de la lengua de los que vienen de zonas rurales, porque la diferencia es mucho más marcada. El racismo es interseccional porque no solo se centra en el color y el origen de la persona a nivel geográfico, también hay un tema de clase, de educación, de género, hay muchas cosas que se interconectan. No es lo mismo vivir en Comas, que en Jesús María, Miraflores o La Molina y la gente comienza a verte como inferior a partir del lugar de donde vienes porque no accedes a la cultura ni a la educación de la misma manera que ellos.
Cuando vine a Lima yo no me sentí racializada porque tengo el privilegio de ser cusqueña. Todo el mundo me decía: “eres de Cusco, qué increíble, esa ciudad tiene buena vibra, Machu Picchu…”. A mis compañeras de Puno o Huancayo sí las trataban distinto. Ser de Cusco es igual a ser cool para muchos limeños.
No tuve muchos episodios de racismo hasta que empecé a usar pollera y a identificarme como indígena urbana y chola contemporánea, ahí la cosa cambió. Que yo me autoidentifique como marrón, como andinodescendiente y que no solo esté en mi discurso sino también en mi ropa, es algo que incomoda. He tenido episodios de violencia en la calle, me han gritado chola, india, llama, alpaca. Porque hay un distintivo, eres el otro, el diferente y eso les ofende. Cuando me vestía “normal” con jean y zapatillas, como la gran mayoría, nadie me decía nada.
Nuestro mayor acto de resistencia es ser felices, aceptarnos y amarnos.
Definitivamente sí. La primera vez que usé pollera me sentí completa, era como si me hubieran puesto un brazo que no tenía y desde ahí nunca dejé de usarla. Para mí la ropa no solo cumple una función estética, hay un tema emocional, hay un tema de pertenencia. Yo tenía claro que al vestirme así estaba volviendo a casa de alguna forma. Fue una forma de mostrar que estoy orgullosa de mis raíces, de decirle a la industria que yo no voy a dejar que elijan lo que tengo que ponerme cada temporada. Me dije a mí misma que era importante saber de dónde vengo para ver hacia donde voy. Fue un tema que comenzó como algo muy personal, pero que después se volvió político, fue una forma de romper con lo establecido.
Tiene que ver mucho con el amor propio, seas mujer o varón, el tema de entenderte y sobre todo contemplarte y aceptar que eres una persona totalmente genuina va a ayudar, es un camino. Hay que ser empáticos, no juzgar la realidad de nadie. Lo que a mí me ha funcionado para que el racismo y toda la violencia a la que estoy expuesta por ser mujer no me afecte es poner en práctica esa receta. Cuando doy talleres, cuando hago acompañamiento psicológico, cuando trabajo con sobrevivientes de todo tipo de violencia veo el tema desde ahí.
¿Cómo le vamos a sacar la vuelta a esta sociedad que nos oprime y nos ve como ciudadanos de segunda categoría? Amándonos, aceptándonos y respetándonos. Nuestro mayor acto de resistencia es ser felices y empoderarnos, dejar de sentirnos como inferiores, como víctimas. Es un trabajo difícil porque no nos enseñado a amarnos y muchas veces nos vemos en los ojos del otro, por eso aceptamos situaciones violentas, porque en los ojos del otro no somos nada, cuando en realidad somos todo.
Recuerda: la lucha contra el racismo es algo que nos corresponde a todos. Si eres testigo de algún acto de discriminación étnico-racial puedes denunciarlo aquí. Aún queda mucho por hacer.