Identidad · 31 de Mayo 2019
Una tradición que acompaña la historia del Perú desde que tenemos memoria: el emoliente.
Andina Noticias
Empieza el frío y vemos que en más esquinas aparecen esos puestos inconfundibles, en los que por 3 soles puedes disfrutar un desayuno o un lonche (dependiendo de la hora que vayas) completamente nutritivo. No importa si pides el clásico emoliente, maca o quinua; todas estas bebidas siempre vendrán con su infaltable yapa.
Todos conocemos y hemos visitado por lo menos una vez uno de estos puestos, y si alguien nos preguntan los mandaremos a la esquina de siempre, donde estamos seguros que estará nuestro casero o casera. Pero ¿de dónde viene esta tradición? ¿Desde qué época se encuentran estos puestos en las esquinas del Perú?
La historia del emoliente en el Perú se remonta a la época del virreinato, ya que fueron los españoles quienes trajeron esta bebida al Perú. En España era conocida como una bebida económica, que en algunos casos se solía combinar con canela y limón para mejorar el sabor. Cuando llegó al Perú fue reconocida principalmente por sus beneficios medicinales y fue así como se esparció rápidamente por las calles de Lima en la época colonial.
Hoy es casi imposible salir y no cruzarnos con al menos un puesto de emoliente en nuestro camino. Además, ya no solo se vende caliente, sino que también se puede encontrar frío, en botellas o incluso hay establecimientos que han decidido incorporarlo a su carta de bebidas.
Pero nada iguala el sentimiento de salir de tu casa en estas frías mañana y encontrarte en esa esquina de siempre al casero que te espera con las bebidas de siempre. En mi caso, mi casera es Flor, prácticamente dueña de la esquina de la avenida Brasil con Diego de Almagro. Ella está ahí desde que tengo memoria, y sin embargo nunca tuve la oportunidad de conversar con ella por más de un vaso y su yapa. Así que una mañana me acerqué y le pregunté cómo empezó todo.
Flor tiene 48 años, de los cuales ha dedicado 22 años a la venta de emoliente. Empezó en esa esquina, y nunca la dejó, «empecé porque tenía que ayudar a mi hija a que pueda estudiar», explica Flor.
A partir de ese día, tuvo que cambiar la hora de su alarma: la 1 de la mañana sería la nueva hora en la comenzaría su día. Hervir el agua es el primer paso, para preparar todo el abanico de opciones que ofrecerá a sus clientes todos los días a partir de las 5:15 de la mañana. «Hago la maca y la quinua. Le pongo un montón de frutas a la quinua, para que sea más nutritiva, para que le guste a los niños también», nos cuenta.
Pero no llega sola, su hija la ayuda a llevar todo, empujar el carrito y en el horario de 6 a 8, que es en donde más clientes van a visitarla. Para el final de la mañana ha logrado vender todo, hasta el último vaso y pan. Sus clientes se van felices, después de un nutritivo desayuno. Y si alguien no se llenó lo suficiente, después de una contundente yapa, podrá estar tranquilo hasta el almuerzo.
Flor no solo cumple con la función de nutricionista con sus clientes, también cumple la de consejera oficial. «Ya tengo clientes que se han vuelto mis amigos. Vienen todos los días y ya agarran confianza, me cuentan su vida “mi esposo, mi esposa, yo me he separado”. Yo les escucho y les aconsejo. Al final terminamos bromeando», concluye Flor.
El invierno hace que nos abriguemos más, veamos lo positivo y no dejemos de visitar estas esquinas de emolientes. No solo disfrutaremos de esta tradicional bebida, sino que podemos además escuchar una gran historia de quien la prepara.