Padres · 26 de Feb 2018
Niños y niñas de Aldeas Infantiles SOS descubren el poder transformador de la magia del circo.
La Tarumba
En la casa de La Tarumba se puede ver a niños caminando sobre zancos, realizando piruetas sobre un trapecio, tocando cajón, actuando o haciendo trucos de malabares. En medio de toda la alegría, la música en vivo y los aplausos nos preguntamos de dónde provenían estos chicos y cómo es que aprendieron todo lo que pasaba delante de nuestros ojos.
Ellos, como nos explicaron luego, son un grupo de más de 50 niños de Aldeas Infantiles SOS del Callao, Zárate y Pachacamac que pudieron participar de una experiencia de teatro, circo y música que le ha dado un giro a sus vidas.
“A través de este aprendizaje también pueden involucrar valores como el trabajo en equipo, la solidaridad, el compromiso, el compañerismo, la humildad, la capacidad de equivocarme y volverlo a intentar, de caerme y volverme a pasar. Estas cosas son las que queremos enseñarles”, nos dice Geraldine Sakuda, directora pedagógica de La Tarumba.
Además de las lecciones del circo, el teatro también los ayuda a interrelacionarse con personas que no conocen mientras que la música les da la disciplina y perseverancia para sacar adelante una canción. Tanto Geraldine como todo el equipo de profesores creen que el desarrollo integral de niños y adolescentes ayuda a la construcción de una base sólida para un país mejor y ven al arte como la vía para poder lograrlo.
Este proyecto parte de una iniciativa del Cirque du Soleil por expandir su programa de circo social en niños y niñas en situaciones vulnerables alrededor del mundo. Ya habían tenido una experiencia en México y ahora querían aplicarlo en Perú con La Tarumba, su aliado de años en el país y que, además, ya tenía una alianza estratégica con Aldeas Infantiles SOS.
Cuando hablamos de circo social nos referimos a la idea de tomar las técnicas circenses para transformar la vida de los demás, reforzando y desarrollando las famosas habilidades blandas.
“Este taller ha sido hermoso. Encontramos un grupo de niños que venían con esa resistencia a la relación con un personal externo al de la aldea o el colegio, con mucha desconfianza de lo que vayamos a decirles, en el amor o el cariño que podíamos otorgar – recuerda Geraldine –. Cuando ya se fueron incorporando a la dinámica empezaron a escucharse, a escucharnos, a respetar a su compañero y desarrollar sus habilidades socioemocionales (…) Ahora verlos ponerse de cabeza es maravilloso”.
Juan Diego tiene 13 años y es uno de los chicos que nunca imaginó hacer circo en su vida. Se sentía frustrado cuando empezó a hacer trapecio o subirse a un zanco hasta que poco a poco lo logró. “Yo le diría a otros niños que no tengan miedo y que confíen en sí mismos”, nos dice con una gran sonrisa.
Así como él, Luz es otra de las niñas que participó en el taller. Ella tiene 9 años y ahora, gracias al taller, ha aprendido no solo a tocar el piano, sino también a superar su timidez. “Al inicio tenía miedo a las personas, ahora los puedo llamar mis amigos”, cuenta.
Si podríamos sumar a más chicos como Juan Diego o Luz, ¿te imaginas cómo será la futura generación del país? Juguemos, transformemos y creamos en ello.